Jean-Jacques Rousseau

El 28 de junio de 1712 nace en Ginebra Jean-Jacques Rousseau y el 7 de julio fallece su madre, Suzanne Bernard, de fiebres puerperales.

Huérfano a tan temprana edad, esta pérdida habría de marcarle a lo largo de su existencia, al quedar en manos del padre, Isaac Rousseau, individuo de mal carácter, colérico y arrogante, que compartió su educación con un pastor protestante, para abandonarle a los diez años, razón por la cual fue cogido en tutela por su tío Gabriel. No era esta, sin embargo, la primera vez que Isaac obraba así ya que nacido su primer hijo François, en 1705, abandonó a la esposa y al niño yéndose a Constantinopla en donde vivió seis años ejerciendo su profesión de relojero en un harén.

A estas deserciones familiares vino a unirse la de su propio hermano, quien, años más tarde, desapareció un buen día y jamás volvió, por lo que Rousseau quedó prácticamente solo en el mundo.

Tan complicado historial familiar fue indudablemente el responsable de los posteriores ideales del filósofo y escritor y de su singular manera de entender la educación infantil ya que la suya había sido bastante descuidada y por libre, y en eso estribó uno de sus muchos errores, en aplicar la plantilla de una infancia inconvencional a la del resto de los mortales.

A los trece años entró de aprendiz de grabador y a los diez y seis se escapó de la ciudad yendo a parar al pueblo de Confignon, siendo recogido en la casa del propio cura del lugar quien le dio carta de presentación para una dama principal que vivía en Annecy. La dama era madame de Warens, la cual, convertida del calvinismo al catolicismo podía jugar una baza importante en la conversión del joven Rousseau, según el sacerdote que le recomendaba.

Jean-Jacques y Mme. de Warens iniciaron una relación de protectora y pupilo que más tarde se convertiría en otra mucho más íntima, la de amantes, pero en el entretanto Rousseau realizó algunos trabajos esporádicos que casi siempre acabaron mal con expulsiones o despidos.

Debido a influencias de Mme. de Warens, entró Jean-Jacques en un seminario que finalmente dejó, luego en la escuela de música de la catedral ya que le atraía este arte, pero acabó dejándola también.

Después de pasar una temporada viviendo como podía y no con excesiva honradez, ya que le gustaba mucho engañar a la gente para aprovecharse de su buena fe, acabó  recalando en París con las consabidas cartas de recomendación que le otorgaron momentáneamente un empleo, de escasa duración también.

Abreviando diré que tras varios empleos diferentes, estancia en Lyon y más tarde en Chambéry, junto a Mme. de Warens, se dedicó a la lectura en el hogar de su protectora viviendo una de las etapas más felices de su ajetreada existencia.

A los 25 años y en el trascurso de un viaje, conoció a Mme. Suzanne-Françoise de Larnage con la que viviría un apasionado romance.

Empezaba a ganarse la vida con mayor estabilidad, dando clases de música, e incluso compuso una ópera corta, Narciso o el amante de sí mismo, llegando hasta inventar una notación musical, pero a un período de relativa calma siguieron los altibajos acostumbrados de buenos trabajos a las órdenes de gentes principales, seguidos de incomodos, chascos, y abandonos, viajo a Venecia de donde pudo escapar antes de que lo arrestaran por orden del embajador, un incompetente que le había tomado ojeriza, y en París recibió el encargo de poner música a un libreto de Voltaire –con quien posteriormente compartiría una profunda enemistad-, para un ballet en ocasión de las bodas del Delfín, pero no le pagaron por ello y cayó enfermo a consecuencia del fraude, en el que el autor de Micromegas no tuvo nada que ver.

Entonces es cuando entra en su vida una mujer de extracción humilde, Thérèse Levasseur que se convertiría en su amante. Esta muchacha, de oficio lavandera, era trece años más joven que él, y Rousseau contrajo un curioso “matrimonio” con ella 23 años más tarde habiendo tenido con Thérèse, cinco hijos a lo largo de este período de tiempo, y también varias amantes, Mme. d’Epinay y Mme. d’Houdetot entre ellas.

Lo que llama la atención en la conducta de Jean-Jacques Rousseau es que sus idealismos acerca de una sociedad mejor, sus bellas frases y sus elucubrados pensamientos, choquen frontalmente en ocasiones con una conducta bastante vil respecto al prójimo; ejemplos: abandono de un hombre enfermo en la calle, siendo éste su propio maestro de música, Jacques Le Maistre, delación de una criada a la que acusó de robo cuando él era quien lo había cometido, comportamiento por demás execrable cuando en la vejez de Mme. de Warens no dudó en volverle la espalda en su miseria, y lo que es peor todavía, el abandono sistemático de sus cinco hijos en el hospicio apenas nacidos, ya que, según sus estrambóticas ideas, mejor estarían allí que con sus padres –en lo que indudablemente le asistía la razón al ser ambos progenitores de semejante calaña-.

El caso es que Rousseau encontró en Thérèse Levasseur, si no una compañera intelectual, si una cómplice en sus manejos experimentales acerca de cómo se puede uno llenar de hijos sin preocuparse por ellos.

Odiando a la nobleza se dejó querer por ella y vivió a su costa en innumerables ocasiones, se contradijo a si mismo muchas veces y, sin embargo, incomprensiblemente, su obra y su palabra calaron hondo en la sociedad de la época, siendo en cierto modo uno de los ideólogos de la Revolución Francesa.

Su primer gran éxito fue ganar el premio que patrocinaba la Real Academia de Dijon, un ensayo que tituló Discurso sobre las ciencias y las artes, en el que atacaba tanto a unas como a otras, y que incomprensiblemente fue galardonado.

Posteriormente compuso una ópera, El adivino del pueblo, que tuvo gran aceptación.

Otro premio convocado de nuevo por la Real Academia de Dijon, le ofrece la oportunidad de escribir su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, en el que se explaya en una sarta de incoherencias acerca de la conducta del ser humano comparándola a la de los animales a los que hace depositarios de todas las virtudes “naturales”.

El espacio dedicado a esta breve biografía no me permite extenderme detalladamente comentado sus Discursos, pero el lector puede hacerlo si lo desea y establecer sus propios juicios al respecto. Lo único que puedo decir es que carecen de todo rigor científico, histórico y lógico; sólo son ejemplares como la revuelta intelectual de un hombre resentido y envidioso que empleaba su buen hacer literario para convencer con bellas palabras, ahora, lo increíble es que lo lograse y con unos resultados que cambiaron la historia, ante ese hecho irrefutable sólo cabe suponer que el snobismo y una especie de síndrome “vestido nuevo del emperador”, hizo que una decadente sociedad lo aceptara como un soplo de aire vivificador, esa misma elegante sociedad que le aplaudía, le dejaba sus fincas de recreo y toleraba sus caprichos y sus intemperancias como si fueran las gracias de un niño mimado.

Su teoría del buen salvaje marcó una huella indeleble y sus novelas La nueva Eloísa y Emilio o la educación, un hito verdaderamente revolucionario por las teorías que exponía, a eso unamos que El contrato social se escribió entre ambas y comprenderemos como el nombre de Rousseau avanzara mucho más en el camino de la fama, eso si, entre alabanzas, críticas y persecuciones políticas, cuando no legales por cuestiones económicas.

En La nueva Eloísa habla de las virtudes del matrimonio y de los goces de la maternidad, él, que vivía en concubinato y no perdía la ocasión de enredarse en aventuras sentimentales con mujeres casadas, y en cuanto a la maternidad, paternidad en su caso, no era precisamente para tomar ejemplo. En cuanto a Emilio o la educación, instaura un singular sistema educacional en el que pretende que los niños no vayan a la escuela y se les enseñe de una manera harto peculiar al obligarles a que por si mismos se instruyan.

Desde 1762 hasta 1778, Jean-Jacques no cesa de ir de un lado para otro, casi siempre perseguido o expulsado: Suiza, Francia, Inglaterra, Francia, Suiza y Francia otra vez. Escribe continuamente, recibe pensiones reales, ayudas inmerecidas a las que corresponde de manera desagradable, se recrudece su afección crónica de vejiga y contrae “matrimonio” con su fiel Thérèse, en una ceremonia bastante discutible, ya que el mismo Rousseau fue quien casó a los contrayentes, o sea a ellos mismos. 

Sus últimas obras fueron un Diccionario de música, sus famosas Confesiones, sus Diálogos, e, inacabada, Ensoñaciones del paseante solitario.

El marqués de Girardin le ofrece su mansión en Ermenonville, que es donde, el 2 de julio de 1778, fallece Jean-Jacques Rousseau de un ataque de apoplejía –habiendo arrastrado a lo largo de su existencia enfermedades reales e imaginarias amén de una paranoia bastante acusada-, siendo enterrado el 4 de julio en la isla des Peupliers.

Diez y seis años más tarde, el 11 de octubre sus restos recibieron sepultura con todos los honores en el Panteón de París, y Thérèse fue honrada por la Revolución Francesa como abnegada compañera del escritor.

De los hijos de la pareja nunca más se supo ni para bien ni para mal, lo que hace suponer que tal vez murieran en la infancia ya que ninguno de ellos despuntó en algo que hiciera concebir sospechas por el parecido en conducta, en ideas o simplemente en semejanza física.


 

© 2005 Estrella Cardona Gamio

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